No es
consuelo el dolor del otro, ni consuela la dicha del vecino.
Si es dicha, te corroe que alguien pueda y tú no. Si es
dolor, no es justo consolarse con las desgracias del vecino porque a fin de
cuentas a ti, no te sirven de nada.
Así conseguimos tirar “palante” sin, de verdad, conseguir
nada.
No es envidia, no es maldad, es la moral que baja a los
suelos y no acierta a levantar.
Hunde las ideas, las fuerzas y las posibilidades de alcanzar
una meta. Meta, que es la misma de todos. Sobrevivir. Al día a día, a las
necesidades, a las obligaciones y a la tranquilidad de vivir en paz.
Claro, lo difícil es mantener eso toda la existencia. Cuando
no llueve por un lado, nieva por el otro, cuando no, el viento levanta murallas
y el mar hunde hasta la miseria.
Así, ¿qué es lo que se puede hacer? Nada. ¡Frustrante! Solo
podemos esperar y esperar y esperar a que todo nos pase sin dejarnos atrás.
Atrás nos dejará la desdicha y vendrá la calma, luego
volverá la desdicha y se irá la calma. Y así hasta el momento de morir.
Entonces y solo entonces tendremos la paz.
En consecuencia, quitando los años de niñez y ¡no todos
pueden decir eso!, realmente vivimos en una larga agonía. Agonía que en los
momentos felices se disipa y nos hace soñar que toda la vida es felicidad.